jueves, 30 de julio de 2009

Yo quiero enamorarme así

No es la pasión la que descubre lo que vivo por ti. No es el amor. No es, ni siquiera, esa sensación enorme que me provoca haberte visto una sola vez. No puedo decir Te amo sin sentirlo; pero sí puedo sentir que te amo sin decírtelo. Lo peor es que, si bien me va en la encomienda de sonrojarte con palabras lindas, puede ser que esas palabras lindas le debiliten las piernas a mi alma; entonces pensaré francamente si lo que te he dicho es cierto, si no carece de propósito y sólo es el instinto incontrolable que ya se fue a esconder adonde mora lo más hermoso de ti.

Y luego me hablas. Yo pienso en lo que dices sin dejar de sentir las vibraciones de tu voz dulce que, como víbora, serpentea en todo mi cuerpo, incluso entre todos mis vellos. Después escucho una canción: ¡qué canción!, y pienso que debí de haberla escrito para ti, aun cuando mi cerebro se quede estático al pensarte sonriendo. Después no sé si despedirme. Luego no sé si el despedirme será, nuevamente, un suplicio transformado en la vaga ilusión de esperar el día en que te vuelva a ver.

Enciendo la computadora y los mensajes se apresuran. Cierro las ventanas únicamente para mirar el tablero y tratar de escribir estas palabras, pero sólo es posible después de ver una foto en la que tus ojos me dan la bienvenida a un páramo que siempre será de nosotros, sólo de nosotros. Camino en ese páramo y reconozco mi patria. Cierro los ojos, imagino tu ombligo —que jamás he visto— y me concedo el valor para gritarme que será mi casa. Y en mi casa, un cráter resbaladizo, siento que estás conmigo.

Corro lo más lento que puedo y veo la foto, allá, en mi patria, y percibo un olor que se repite como sistema de ecos. Siento unas manos que rodean mi pecho y un breve beso me sacude el pensamiento. Suspiro. Y el suspiro nos atrapa. Me doy valor con los ojos cerrados y busco tu boca, tu boca hermosa que sin duda es la llave a la gloria jamás ejemplificada por ningún artista, y la beso. Te beso. Trato de no ser infantil pero no puedo, mi pecho no controla las embestidas del motor que encierra y que hace fluir los líquidos vitales, y te digo No te vayas. Sonríes. Cuando lo haces yo me pregunto por qué debo sentir lo que siento, y sólo puedo concluir con algo que, a costa de mis más íntimas oraciones, puedes llegar a comprender: ¡siempre te estuve esperando!

jueves, 23 de julio de 2009

Sin poder hacer más

Qué cortas las horas de este día. Pienso —no pensé ni pensaré—, sólo pienso que necesito un descanso. Debo esforzarme por descansar de esta rutina que se embebe en sí misma y me disminuye a nada. Quiero, por ejemplo, gritar en la cama como si nadie me escuchara; sentir que me he vuelto loco. Quiero parecerme más a lo que me da repulsión. ¿Por qué?, quizá simplemente porque le huyo tanto que se me olvida cuán mal me haría sentir algo que no soy. ¿Ah? Justo aquí es cuando me pregunto por qué estoy escribiendo cosas que, sin remedio alguno, se contraponen. Es cierto que estoy cansado. Es cierto, también, que no hago nada. Hoy, por ejemplo, pensé demasiado en escribir un poema. Lo pensé. Lo pensé. Lo pensé. Lo escribí. Tantán. Después lo leí y releí: ¿qué quise decir con un verso? Me froté las sienes como si eso —fuera de las películas, claro— funcionara como un interruptor de ideas: creí que hacerlo me haría llegar la iluminación divina y ya; así, sin más. Tantán. Luego me sentí superbién. Me pregunté, por ejemplo, por qué siempre que escribo de soledad eres mi musa. Me desespera saber que en cualquier punto del universo, en cualquier tiempo —incluso del No Tiempo— puedo acceder a mi nostalgia y desarrollar un poema que quiere ser prosa, o una prosa que desconoce las bondades de la poesía: sí, una prosa seca, una prosa que estimo inerte. Después se aflojan mis fuerzas, y es cuando cierro los ojos e imagino que te grito, imagino que me escuchas, imagino que te toco… sólo así, cansado y sin fuerzas para buscarte, sé que estás conmigo.

jueves, 16 de julio de 2009

20

No hay nada más qué decir acerca del poema siguiente, del maestro Pablo Neruda. Para mí es, sencillamente, ¡fenomenal!


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los ultimos versos que yo le escribo.

viernes, 3 de julio de 2009

La casa del té

Dice estar enamorada. Lo dice con orgullo. Lo presume sin tapujos y no sólo lo habla, además empapa el lugar donde está ella de una emoción, prácticamente, etérea. ¿Qué es lo que le pasa? Dice estar enamorada.
¿Qué es el amor?, le pregunto tajantemente y procuro que su mirada no se desvíe. Bueno, comienza a decirme, supongo que el amor predice lo que, de algún modo, ya sabemos. El amor es restaurar todo lo que se ha caído en uno; es la emoción suprema que te permite dilucidar más allá de una sonrisa y una mirada; es escudriñar en los placeres más ocultos y algunas veces vedados a cualquier persona. El amor, en suma, es querer ser a partir de lo destruido o de lo nunca alcanzado en uno mismo, gracias al impulso que alguien, con el sólo hecho de existir, puede ofrecerte.
Luego continuamos hablando. Ella pasa una y otra vez sus dedos entre el cabello perfectamente alisado, y me pregunta si me he enamorado alguna vez. Le respondo al instante que sí, que no dejo de pensar en aquellas emociones que me han dejado las personas. Ella sonríe, se mira al espejo y dibuja con la mirada su propia figura hermosa. ¡Yo estoy enamorada!, grita, eufórica, derramando sus fuerzas en aquellas tres palabras. ¿De quién?, le grito casi con la misma fuerza. Vuelve al espejo y se mira, toma aire, acaso valor, y me dice No lo sé, fulano, no lo sé. Pero sentirme enamorada me derrite los huesos y me lleva a creer que no estoy sola, que no quiero estar sola, que me permitiré una y otra vez estar contenta, entusiasmada, privada de toda amargura; estar enamorada es lo mejor que me ha pasado. Yo, con una sonrisa más peyorativa que positiva, le digo que, bueno, seguramente es lo mejor. Sí, me responde ella, nos conoceremos al rato en la casa del té, en la colonia Roma. ¡Perfecto!, le digo, entonces sí hay alguien. Ella sonríe, coge mi mano y me lleva a tomar el té, mientras en el cielo se escucha el rugido de Dios y nosotros nos conocemos en los efluvios de nuestra taza compartida.